Ni las arrugas de tu cara, ni tu cuerpo cansado, ni tus ojos hundidos me harán olvidar lo que por ti siempre he sentido.
—
Cuantas más velas se colocan en nuestras tartas de cumpleaños, más vivo siento el amor que nos envolvía cuando empezamos.
—
Que no te engañe mi rostro cansado, tú eres y serás siempre mi motivo para seguir caminando.
—
La edad es solo un número, pero el amor que siento por ti es intangible, puro y eterno.
—
Recuerdo tu mano sobre la mía cuando nació nuestro primer hijo, recuerdo tu índice sobre mi hombro cuando nació nuestro primer nieto, recuerdo los mil besos que nos hemos dado y que me saben a agua en el desierto. Todavía te recuerdo.
—
¿Sabes? A veces me siento mayor, inútil y al margen de la sociedad de gente joven y sana. A veces siento que no me quedan ganas. Pero entonces tú me obligas a dirigir hacia ti la mirada, y veo la juventud que pasamos juntos reproducida en tu pupila. Es entonces cuando siento que tú eres mi vida.
—
¿Tras cuantos años las parejas empiezan a odiarse? ¿Tras cuantas risas compartidas los ojos empiezan a anegarse? Yo te lo diré: nuestros labios tan solo han empezado a amarse.
—
Empecé a amarte incluso antes de soñarte. Empecé a alabarte incluso antes de conocerte. Hoy, después de tantos años, eres el mejor sueño que podían darme.
—
Compañeros de bastones, amantes de prótesis, confidentes de vasos de agua en la mesita de noche. Mi amor por ti es indeleble y, sin embargo, aparece tan delicado como el aroma de las flores que copan nuestro porche.
—
En mi memoria estás grabado con el trazo robusto de los años. Permaneces ahí, joven, grácil, con el mismo amor suave de cuando chapoteábamos entre los gansos.
—
Nos han visto dormir juntos millones de lunas. Nos observaban hacer el amor con las prisas de las madrugadas. Nos vigilaban para que no nos perdiéramos entre las caricias entre sábanas. Hoy, velan por un amor inquebrantable que todavía suspira tras las persianas.
—
Gracias por todos y cada uno de estos años de un amor plagado de benditos cuidados.