No existe ideología alguna cuando la gente sigue muriéndose de hambre, no cabe en el mundo enseñanza posible cuando las guerras aún marcan nuestro presente, la sabiduría y la inteligencia de los hombres carece de importancia cada vez que destruimos el alma del prójimo. Si no hacemos nada por cambiar este mundo, ¿para qué sirve todo lo positivo?
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Las bombas siguen matando, las amenazas de un mundo corrupto siguen latentes en el ser humano y el hambre se cobra la vida de niños indefensos sin que a nadie le importe. Sin embargo, la sonrisa de un solo niño ya es un paso hacia adelante, un tratado de paz entre dos naciones que se odiaban es una señal de buena voluntad y un hombre que sale de la cárcel dispuesto a salvaguardar su vida, es la prueba concluyente de la bondad que aún queda implícita en el alma.
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El egoísmo y la avaricia son sentimientos propios del ser humano pero en su máximo apogeo hace que las personas se vuelvan frías, metódicas y vacías. Aunque se crea lo contrario, la riqueza no da la felicidad ansiada y sí el amor de cuantas personas formen nuestro vínculo fraternal. Las necesidades de un pobre jamás serán entendidas por un rico cuyo único propósito es el de acumular más y más mientras su corazón se empobrece en proporción.
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A pesar de las noticias fatídicas del día a día, de los crímenes, robos y enfrentamientos de unos contra otros, yo sigo creyendo en la bondad del humano. Es una esperanza a la que necesito aferrarme cada día y es importante que una inmensa mayoría se una a esta ilusión de vida. Necesitamos apoyo y fuerza para que las cosan no desaparezcan por sí solas, porque las cosas se convierten en inexistentes cuando se deja de creer en ellas.
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Las personas solo viven para ganar más y más dinero. Es como si toda su vida se basara solo en eso. Sin embargo, cuando ya han obtenido una ansiada parte de su fortuna, pierden parte de su salud y se ven sin ánimos para poder disfrutarla. De esa manera viven para trabajar, arraigados a un final destino en el que apenas han vivido.