Creo en ti, Dios todopoderoso.
Creo en tu gran poder glorioso.
Creo en tu valor misericordioso.
Creo en tu semblante amoroso.
Creo, rezo y siempre gozo.
—
El Sol todos los días nace.
La vaca en la pradera pace.
El ave hacia el Sur parte.
La cierva cervatillos pare.
La flor su polen esparce.
¡Qué más pruebas de tu Arte
que en todas estas partes!
—
Fabuloso Dios, siempre a mi vera,
Te encuentro en la verde pradera
y en la mar cada vez más inmensa.
Con los ojos noto tu presencia;
donde mire, oigo Tu voz que reza.
Mi alma de continuo se eleva.
—
¿Cómo no confiar en Dios,
que nos entregó a su hijo?
La Tierra a nosotros la dio;
atenta y sutilmente nos guio
en cultivar el maíz y el mijo.
De continuo rezo a mi mito.
—
Son malos tiempos, Señor, para Ti.
Sin embargo, a tu encuentro partí.
Así, no se percibe tu forma sutil.
Se debe perforar bien con el buril
para terminar de convencerme a mí.
¡Yo ya hallé Tu presencia al fin!
—
Tan alto ya estabas
que no te alcanzaba.
Por acá y allá miraba.
Fuertemente Te buscaba.
Hallote en la sagrada
llama de tu mirada.
—
No dejes de mirar nunca por mí.
No me abandones, Señor, al fin.
Me levanto todos los días por Ti.
Me das grandes fuerzas para vivir.
—
Grandes poetas escribieron versos,
que os cantaban de continuo a vos.
Yo, humilde, no poseo tamaña voz
como para declamar lo que cantó
aquel escritor desde el corazón.
De ahí este texto con tanta pasión.
—
Señor, haz que mi propio padre
recobre fuerzas como el padre
que eres de nosotros, Padre.
—
Creo en el Paraíso, en esa tierra poblada
de almas de hombres y mujeres transmigradas.
Mis aguerridos seres queridos en mí mandan
señales que Vos hasta mí mismo me relatas.
Siento vuestra presencia en todas las marcas
que de Ti hallo en este planeta como morada.
—
Enséñame a vivir como debo.
Hacer el bien esta vez quiero.
Siempre, día y noche, crezco.
A tu lado de hecho estar merezco.