Cada vez que te miro,
simplemente suspiro.
—
Y si no me miras,
rotundamente me haces el corazón tiras.
—
¿Por qué te quiero, amor?
Porque tu sonrisa me da calor.
—
No me importan ni la nieve, ni el viento,
porque a tu lado es como si no pasara el tiempo.
—
Porque cuando sonríes, sale el sol
y me dejo acariciar por él como si fuera un caracol.
—
El día que te conocí, no supe reaccionar,
y, tontamente, me dejé enamorar.
—
Fueron tus palabras o quizás tus muecas,
los que provocaron mis jaquecas.
—
Y sí, desde que te conocí, necesito una aspirina,
para que cuando no estés, no me entre la llantina.
—
Cada mañana me levanto
y si no estás conmigo, se apodera de mí el llanto.
—
Es tu hermosa sonrisa
la que hace que el corazón no me entre en la camisa.
—
Cada vez que me guiñas el ojo,
de verdad, que yo me sonrojo.
—
Cada vez que me hablas,
en serio, por la mitad me doblas.
—
Tengo miedo de no verte
porque no sabría vivir sin quererte.
—
Si estoy contigo y tus ojos tintinean,
siento cómo mis piernas se tambalean
—
Al notar el calor de tus mejillas,
escucho campanillas.
—
Y al sentir tu tacto,
tiemblo del impacto.
—
¡Cuántas noches soñándote
siempre esperándote!
—
¡Cuántos días que no se terminaban
mientras mis ojos te lloraban!
—
Y cuando por fin me estrechaste entre tus brazos,
sentí que me daban zambombazos.
—
Y me susurras al oído:
“Jamás me he ido”.
—
Y me lo creo, un rato,
pero cuando te vas a trabajar, me da el flato.
—
Y si escucho cerca tus pasos,
mi corazón necesita un marcapasos.
—
Presiento tu llegada
besándote en la almohada.
—
De verdad, amor mío, tu fragancia
es fruto de tu elegancia.
—
Mil veces te dire te quiero,
como si estuviera bajo el influjo de un hechicero.
—
Cuando en realidad, tu embrujo
fue lo que de veras me sedujo.