Te amo, Señor, porque solo tú eres la luz que ilumina mi camino, el que me guía y protege para no temer la vida que tú tan sabiamente me has concedido, eres mi fuerza y mi ánimo, y mi empeño y mi lucha de continuar sin miedo al fracaso, eres mi dicha y eres todo mi mundo, mi revelación y mi mayor liberación. Gracias Señor por concederme el don de la existencia.
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No me siento orgulloso del hambre que prolifera en el mundo, tampoco de las guerras ni las matanzas que en ellas tienen lugar, ni siquiera estoy orgulloso de mí mismo, pues como hombre estoy condenado a ser impuro como el resto de la especie a la que pertenezco, tan solo estoy orgulloso de ti, mi Señor, y rezo cada día para que me concedas una mínima parte de la sabiduría que reina en ti y en tu manera de ver las cosas.
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Es la fuerza del amor la que nos une bajo ese ala de protección y bienaventuranza. Sin él avocaríamos al fracaso y no habría nada que nos diferenciara del estado invernal en el que yace una máquina. Es el amor el sentimiento más puro que nos has concedido, Señor, y es por él por lo que te amo con todo lo que mi corazón está dispuesto a albergar en su interior.
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Dicen que la muerte es un estado más que forma parte de la vida: nacimiento, desarrollo y muerte. Tal estado forma parte de un círculo concéntrico al que no debemos temer. Y es que por decir, pueden decir muchas cosas, pero es normal como seres imperfectos que somos, que temamos lo que por completo desconocemos. Yo solo sé que te amo con una fe ciega, Señor, y eso para mí es suficiente como para sobrellevar todo lo que el destino acontecerá en mi futuro.
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Necio es el hombre que se venga del prójimo, pues eso solo le corresponde al Señor. Necio es aquel que no alimenta al muerto de hambre, porque sufrirá la ira de Dios. Y necio es el que no alberga amor en su frío y negro corazón porque de él tan solo obtendrá una vida solitaria, triste, vacía y sin sentido.