Las malas personas son individuos extremadamente fiables, pues no cabe esperar de ellos que cejen en su maldad.
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En si mismas, las malas personas no suponen una amenaza, sí quienes no hacen nada por evitar que sus efectos prosperen.
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La condescendencia de los buenos es el cómplice ideal de los malos y su principal aliado.
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No debemos achacar a una cualidad sobrenatural de la especie humana su capacidad de ejercer el mal.
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La consciencia de hacer el mal cuando se está haciendo supera con creces a la que se tiene cuando se obra con bondad y rectitud.
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La maldad, cualquiera que sea su dimensión, nunca se ve justificada por la cantidad de sus ejecutores.
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Las malas personas solo son capaces, desarrollando malas artes, de abanderar malas causas.
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Lamentablemente, la existencia de las malas personas nos pone en alerta ante las buenas.
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Es muy propio de las malas personas morder la mano de quien se la tiende con honestidad.
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El espíritu de una mala persona es turbio como la niebla.
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La suerte es mala consejera de los malos, pues les hace contumaces en su maldad.
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El mal solo adquiere poder cuando se le teme por considerarlo superior al bien.
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Tu maldad grita tan alto que no llego a escuchar tus buenas palabras.
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Ser mala persona solo consiste en ser un desgraciado que no ha entendido la verdad de la vida humana.
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El mal no es más que la otra cara de la moneda. Dale la vuelta y verás el bien resplandecer.
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Las enseñanzas que me proporciona tu malicia son la semilla de mi madurez.
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La existencia de malas personas nos da la posibilidad de poder disfrutar de las buenas.
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No te opongas a las malas personas con vehemencia, pues la ignorancia y el desprecio son las armas más eficaces para desmontarlas.
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Ama a quien te hace el mal y no tardarás en ver el rostro de la verdad en él.
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Quienes provocan el mal no revelan fortaleza sino una profunda debilidad.
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Si las malas personas tuvieran auténtica consciencia de si mismas, la vergüenza les invadiría.